Juan Rulfo y Graciliano Ramos: Dos miradas al problema social de la tierra en América Latina

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Por: Roberto A. Dáger E.
Directivo de ascontrol Bogotá

Si algún analista colombiano quiere entender el conflicto social de la tierra, le sugiero leer dos obras: la de Juan Rulfo, Nos han dado la Tierra (1945) y la del escritor brasilero, Graciliano Ramos, Vidas secas (1938); en ellas la literatura latinoamericana aborda el tema social del problema de la tierra y de los campesinos en el continente. Sus personajes se comunican a través de monosílabos y frases simples y cortas, en un lenguaje que representa su condición social: marginados, oprimidos y explotados por terratenientes, gamonales o el mismo Estado.

En efecto, aunque ambos autores abordan desde sus perspectivas propias el tema de la tierra y concretamente, el desarraigo, la explotación, la marginalidad y el desencanto de los ideales de fenómenos políticos como la Revolución Mexicana para el caso de Rulfo y del sertón para el escritor brasileño, se encuentran líneas coincidentes en sus miradas narrativas desde un lenguaje simple y sencillo a través de unos personajes que representan una población específica del continente: el campesino.

En ambos relatos, los personajes simbolizan los desarraigados latinoamericanos, que deambulan sin un destino determinado, representan el homo viator que van en búsqueda de un mejor estar, de la utopía telúrica pero exiliados en su propio territorio y que, en forma indiscutible para este caso, hay que acudir a las palabras de García Márquez, cuando afirmó que la patria del exilio borra sus fronteras.

Vidas secas, nos describe Graciliano Ramos, a través de un lenguaje seco, la vida limitada de una familia en un sertón brasilero. Los personajes caminan, por la seca, en busca de una mejor vida, de una esperanza de la Tierra Prometida. En esa obra prácticamente no se narra la historia de la familia, ni la de sus personajes, encarnan eso sí lo que se denominó en forma clásica La sagrada familia. Fabiano, la señora Victoria, los dos hijos, la lora y la perra Baleia, conforman un cuadro que representa la miseria de un sector de la población, olvidado por el Estado, explotado por latifundistas, humillados por funcionarios públicos, en fin, víctimas de un modelo opresor económica y políticamente.

La obra de Ramos inicia con un capítulo titulado Mudanza y finaliza con otro similar: Fuga; el autor deja entrever que el viaje que emprenden los personajes, es de un eterno retorno, sin mejorar sus vidas, en ese trasegar perenne de los proletarios, de los miserables y excluidos de la vida digna, que representan millones de latinoamericanos que, desde la época del descubrimiento, andan en búsqueda de su tierra, de su identidad.

Ahora bien, con respecto al tema de la economía del lenguaje o el discurso de la escasez, ambas obras se caracterizan por describir la precariedad material, la marginalidad o en términos del mimo Graciliano Ramos, esas vidas secas, desprovistas de derechos, explotadas por la ambición humana y limitadas por las inclemencias de la naturaleza; enfrentadas permanentemente a la violencia estructural y simbólica de un mundo hostil, cargado de injusticias.

En Vidas secas, el lenguaje se convierte en un elemento de opresión, en la medida que afecta la manera de pensar y sentir de los personajes, especialmente de Fabiano. En el lenguaje que expresan los personajes se nota su exclusión y miseria en sus vidas. Se perciben a veces como seres extraños a sí mismos, parecería que no se identificaran en ningún lugar, son seres extraños así mismos. Se podría aplicar en ellos la célebre expresión de Michael Walzer: “En una serie de lenguas antiguas, el latín entre ellas, el extraño y el enemigo son designados con la misma palabra”.

En segundo lugar, el tema de la tierra en ambos autores es abordada desde la perspectiva social y económica y representa la incesante búsqueda latinoamericana de la Tierra Prometida, pero también del desencanto y la desesperanza de los ideales de la Revolución Mexicana como lo aborda Rulfo en ese cuento, por cuanto al fin y al cabo al campesino le dieron un pedazo de tierra árida, inservible, dura, no toda la tierra; se la dado el gobierno que representa el papel de opresor que ha burocratizado las relaciones, toda vez que ante el reclamo de lo estéril y aridez de la tierra, el funcionario que les atiende el requerimiento solo se limita a expresar cínicamente que lo manifiesten por escrito, cuestión imposible de realizar en la medida que los 4 campesinos son iletrados.

Esta situación completa la triada de la alienación y de la exclusión social de los campesinos, que se expresa además de la dimensión social (son marginados) en otras dos dimensiones: no poseen la palabra no hablan entre sí (lenguaje), ni armas ni caballos (poder); por lo tanto, al ser analfabetas no pueden escribir sus reclamos, al no poseer ya las armas no pueden sublevarse otra vez. Lo único que les queda es resignarse a pensar que la tierra que les han dado, “queda allá arriba”, dejando quizá para el mundo de las utopías, la posibilidad de obtener su tierra.

El sertón desde la obra Los sertones, de Euclides Dacunha, se convirtió en un modelo para la arianización y el surgimiento de un hombre nuevo brasilero. Desde los inicios, el sertón se presentó como un aspecto dual: infierno o paraíso, relativizado por la perspectiva de quién relatara y posibilitó la relación entre tradición y modernidad.

En Vidas secas [los personajes] (...) son seres como animales, cuyo trato continuo con el animal, y su existencia habitable sólo por éstos, los convierte en seres animalizados al máximo. La inversión aquí es recíproca: el hombre es animalizado y el animal se antropomorfiza.

Al pelearse con el soldado amarillo quien representa la autoridad del Estado, a Fabiano lo encarcelan en un acto de abuso de la autoridad y piensa que él Era un animal, sí, señor; nunca había recibido instrucción, no sabía explicarse. ¿Estaba preso por ese motivo? ¿Por qué? Entonces ¿es que meten a un hombre en el calabozo por no saber hablar bien? ¿Qué daño hacía con su ignorancia? Vivía trabajando como un esclavo, limpiaba el abrevadero, arreglaba las cercas, curaba los animales, aprovechaba un pedazo de tela sin valor... Todo en orden como podía verse. ¿Tenía él la culpa de ser ignorante? ¿Quién tenía la culpa?

También hay espacio para la esperanza en la novela, toda vez que el narrador afirma del protagonista: No quería morir. Se escondía en la espesura como un armadillo. Duro, torpe como el armadillo. Pero un día saldría de la madriguera y andaría con la cabeza levantada, sería un hombre.

La obra finaliza con un tomo moderadamente optimista: “Marcharían, siempre adelante hasta alcanzar una tierra desconocida. Fabiano estaba contento y creía en esa tierra, aunque no sabía cómo era, ni dónde quedaba (...) Y minaban hacia el sur, metidos en su sueño. Un lugar grande, con gente de verdad. Los niños en la escuela, aprendiendo cosas difíciles y necesarias. Ellos dos, ya viejos, acabándose como los perros, inútiles, acabándose como Baleia”.