El fin de la contienda armada o las ventajas de la paz

Image

Por Marcelo Torres

En los días que corren, nunca será excesiva la insistencia en la importancia del plebiscito refrendatorio. Esta gran trascendencia le viene precisamente de que permitirá a los colombianos escoger, a voto limpio, entre la terminación de la violencia y su prolongación indefinida. Ciertamente que esta decisión la tomará el país en medio de un ambiente caldeado al límite, en el cual sobresalen dos interrogantes clave: ¿qué importancia real tiene la finalización de la contienda armada?, y ¿cuáles son las ventajas de la paz? De la respuesta acertada a cuestiones tan medulares, y de su comunicación eficaz al gran público, una vez más hay que reiterar, dependerá el éxito que tenga la campaña del Sí.

La violencia, obstáculo mayor a la democratización

Guerra y paz, como anverso y reverso de la problemática nacional, su cara negativa o positiva, son las opciones de hecho ofrecidas al país por las fuerzas políticamente enfrentadas en el plebiscito. En la pugna, corresponde a la corriente en pro de la paz recalcar el abismal contraste entre una y otra y el interés común y superior de la especie humana en que la bandera blanca permanezca izada. Tantos han sido el daño y las convulsiones ocasionados por el desenvolvimiento de la violencia política en el país que, a no dudarlo, Colombia se rezagó de la saludable oleada, que generó gobiernos democráticos en varios países latinoamericanos, la de los Vientos del Sur, a causa principalmente de los regresivos efectos del cruento enfrentamiento.

Teniendo en cuenta que en el desarrollo de la mayor perturbación del país durante más de medio siglo, la confrontación armada interna, las Farc han tenido un peso enorme, hay que hacerle ver a millones de compatriotas, a los más escépticos, a los partidarios del No, que la dejación de las armas por esta agrupación guerrillera, la más antigua y numerosa de Colombia, nos acercará extraordinariamente a la terminación definitiva y total de la contienda bélica. Y que, bien discernido, este interés prevalece sobre cualquier otro.

El conflicto armado, equiparable a una gran tragedia nacional, fuente de la más grave alteración de la tranquilidad pública, ha acarreado una descomunal cantidad de muertes y lesionados [1] -no sólo en combate sino con actos terroristas, masacres y hechos de la peor barbarie-,generado una exorbitante cifra de gasto público y privado de guerra [2] , destruido insensatamente segmentos esenciales de la infraestructura nacional, y contribuido sin parar al deteriorodel medio ambiente. Se constituyó, hace tiempo, en el más temible flagelo de la vida nacional, gravitando como un peso muerto sobre su desarrollo económico.Hace lustros, este ha sido nuestro mensaje a los colombianos. Con mayor fuerza, hoy, venimos reiterándolo de modo claro y simple en vísperas del plebiscito, para acercar como nunca antes al país, con el Sí a los acuerdos de La Habana, a la finalización del conflicto, insistiendo en que se trata de superar  el mayor obstáculo de la democratización colombiana: la utilización de la violencia como un instrumento permanente de la lucha política para dirimir conflictos y asegurar el predominio político y territorial.

Cesará la espantosa sangría y se reparará a las víctimas

Luego, la superación de media centuria de violencia, constituirá un gran paso adelante y reviste en sí misma un gran valor democrático. Se manifestará en lo que pueden llamarse las ventajas de la paz. Enunciemos algunas de las principales y examinemos su contenido.

El cese definitivo del conflicto armado, implica que en adelante este no cobrará más víctimas. El derramamiento de sangre que así se evitará al país en el futuro inmediato, traducible en las vidas que se preservarían, tiene un valor inapreciable. De hecho, el mismo proceso de negociaciones de La Habana, aún desde antes de que se hubiese culminado, y no obstante los momentos críticos provocados por difíciles incidentes, generó una apreciable disminución de bajas y muertesocasionadas por los choques armadosy por fuera de ellos.

“Resarcir a las víctimas está en el centro del Acuerdo entre el Gobierno Nacional y las Farc-EP”, reza el punto 5 del mismo, encabezado con esta rotunda afirmación. Asunto neurálgico del conflicto, constituye el núcleode los acuerdos de La Habana. Acaso el primero y el más inmediato de los logros, después de pactada la dejación de las armas por la agrupación guerrillera, adoptó los principios universalmente proclamados para las víctimas de las guerras, de verdad, justicia, reparación y no repetición.

Las Farc admitieron frente a colombianos afectados por sus acciones -durante impactantes comparecencias-, que habían provocado daños entre la población civil, les reconocieron su condición de víctimas y se comprometieron a contribuir a su reparación material. Tanto las familias, como allegados y sobrevivientes de quienes perdieron su vida y en muchos casos sus bienes, recibirán una reparación al igual que quienes sufrieron algún grado de afectación en su integridad personal o condiciones de vida.Sus victimarios, responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad, en procesos ante una jurisdicciónespecial de paz, sean del Estado, las Farc o los paramilitares, tendrán que revelar la verdad sobre los mismos. Quienes revelen la verdad de manera “exhaustiva, detallada y plena” [4] recibirán sanciones de restricción de sus libertades y derechos, con ejecución de trabajos diversos de reparación en zonas rurales y urbanas; los que demoren su reconocimiento hasta la primera instancia del Tribunal de Paz, antes de dictarse sentencia, recibirán penas de prisión comprendidas entre 5 y 8 años, según que su revelación de la verdad sea completa o sólo parcial. En cambio, quienes no reconozcan la verdad ni su responsabilidad y sean declarados culpables,se les aplicará penas privativas de la libertad hasta de veinte años. Tanto el Estado como quienes cometieron tales delitos, se comprometen, respectivamente, a no permitir o a no incurrir en la repetición de tales crímenes. La terminación de la violencia no sólo abrirá la grandiosa oportunidad para restañar las heridas abiertas en las filas del pueblo y entre los contendientes, sino que servirá también para allanar el camino a unos acuerdos similares con el Eln.

La patraña del uribismo sobre una pretendida impunidad presente en los acuerdos de La Habana, encubre su negativa a aceptar que estos son producto de una negociación y no de una rendición de los insurgentes. Debe entenderse que tanto la flexibilización que implica la justicia transicional para todos los contendientes, como las ventajas iniciales en materia de representación política dadas a las Farc, constituyeron concesiones otorgadas para hacer factibles los acuerdos que expresan la necesidad superior del país, el logro de la paz después de más de cinco décadas de violencia. Se apoyan en y reflejan experiencias similares de acuerdos de paz derivados de guerras y conflictos civiles de otras latitudes del mundo, particularmente el de Suráfrica, donde sustanciales concesiones de parte y parte fueron necesarias para conjurar el riesgo de guerra civil total y la disolución misma del país como nación. También emplearon los instrumentos universales forjados para proteger la población civil en las guerras, desde el Derecho Internacional Humanitario recogido los Convenios acordados en Ginebra como resultado de la II Guerra mundial, pasando por sus Protocolos derivados y variasotras Convenciones posteriores y más recientes de la misma estirpe, hasta el Estatuto de Roma, que originó la Corte Penal Internacional [5]. La fiscal de la CPI registró con “satisfacción” que el acuerdo final de paz “excluye amnistías e indultos para crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra bajo el Estatuto de Roma”[6], y saludóel acuerdo final como “un paso crucial hacia el fin del prolongado conflicto”, como un “logro histórico”[7] de Colombia.

Aunque a menudo, Estados Unidos, la superpotencia del mundo unipolar, y sus aliados que los secundan en las frecuentes guerras de agresión, dejen de lado tales tratados y normas -o no los ratifiquen-, tales instrumentos siguen constituyendo valiosas herramientas para los pueblos del mundo azotados por conflictos bélicos. Por lo pronto, una conjugación de circunstancias diversasha permitido alinear temporalmente los intereses de los amos del mundo con los acuerdos de La Habana.

La paz potenciará la lucha democrática

Sobre las objeciones a los gastos que implicarán los acuerdos de La Habana, bastaría con decir que nunca podría pasarse por alto la diferencia cualitativa entre el gasto destinado a la guerra, por naturaleza improductivo y destructivo, y los gastos derivados de la paz, en buena parte de carácter productivo y social, ynotablemente menores a los costos de la guerra. Por el solo hecho del cese de la violencia, surgirá la posibilidad real de que los ingentes recursos públicos y privados dedicados a la confrontación armada, puedan ser reorientados para invertirse en gasto social y desarrollo económico [8]. Así como se librará de la destrucción a parte de aquellos ya invertidos, efectuada año tras año hasta hoy por los efectos del conflicto armado. Desde luego, es seguro que tal perspectiva, dada la actual orientación prevaleciente del gasto público, no sea la escogida en definitiva. Pero siempre será más favorable al debate público una situación en que la confrontación haya cesado o sea reducida a su mínima expresión, en la lucha democrática para reorientar los recursos hasta ahora destinados a la guerra hacia fines sociales y productivos, en comparación con aquella que hemos vivido durante todo este tiempo.

La terminación de la confrontación armada permitiría que la violencia, largamenteutilizada en escala generalizada como medio para dirimir conflictos y asegurar el dominio político y territorial, fuera reemplazada por otros medios no violentos, es decir, que se civilice la contienda política. Junto con la dejación de armas por las Farc, este fue otro de los acuerdos capitales acordados en La Habana. El eje central de las ventajas de la paz. Las Farc también reconocieron el monopolio del Estado sobre el uso de las armas, y la Constitución vigente como fuente de las reglas básicas de la vida del país.Debe asimilarse que para lograrlo era necesario acordar también la reincorporación de los alzados en armas de las Farc a la vida civil, con los derechos propios de la participación en política. Frente al Estado, tenemos que pugnar porque esta lógica consecuencia de la paz no conlleve en modo alguno inequidad o exclusión de los sectores de izquierda no armados, y la observancia de la igualdad de todos los partidos y particulares ante la ley.

El cese dela violencia política posibilitaría que la lucha por la democracia pudiera darse en condiciones sustancialmente mejores: empleando las herramientas de la democracia que están en la Constitución y en las leyes, sin exponer a quienes lo hicieran a las brutales represalias del atentado personal, las desapariciones, el desplazamiento forzado, la tortura, y las amenazas contra la integridad física o familiar, como ocurriera innumerables veces a los largo del conflicto. Incluso, dando por sentado que en el llamado postconflicto la democracia colombiana, en consonancia con el modelo neoliberal, continuará recortada y en la práctica favoreciendo privilegios plutocráticos y elitistas, aun así, la supresióngeneralizada de los medios violentos en la política, representaría un gran avance en Colombia en cuanto daría a la lucha democrática mayor amplitud y efectividad.Esta lucha se concreta, digámoslo una vez más, en las mil batallas, cotidianas y estratégicas, por los derechos democráticos en su conjunto, cual insustituibles herramientas por defender y elevar el nivel de vida de la masa del pueblo, y por construir y apuntalar peldaños hacia un gobierno genuinamente democrático.

Desde la Constitución de 1821, inspirados por la revolución francesa pero profundizados, incrementados y enriquecidos por los movimientos sociales progresivos de Colombia y de países del mundo entero, y particularmente por las grandes revoluciones del siglo XX, como recientemente por las realizaciones de los gobiernos de los Vientos del Sur, los derechos democráticos constituyen bandera y programade las mayorías trabajadoras de Colombia. Postulan conquistastales comolosderechos a la vida, la salud y la educación, a un medio ambiente sano, a la protesta pacífica, al sufragio, a elegir y ser elegido, a la plena igualdad de las mujeres y los hombres, el pleno disfrute de los derechos de la niñez, la juventud y los adultos mayores, la libre escogencia de preferencias sexuales, el respeto, preservación y desarrollo cultural de las minorías étnicas, al igual que laslibertades de expresión, reunión y movilización, como a los derechos laborales de asociación, huelga, convención colectiva, estabilidad laboral y trabajo decente, y a viejas pero básicas garantías como la inviolabilidad del domicilio, la presunción de inocencia, la de ser juzgado por jueces independientes, la irretroactividad de la ley penal y muchas otras. E incluyen también preceptos universales sobre la vida y las relaciones entre Estados, similares a las “sencillas reglas de la moral entre las personas”: los de la libre autodeterminación de las naciones, no intervención y no injerencia en los asuntos internos de otros países, ayuda mutua y beneficio recíproco, y varias más. Sin duda que sin el uso de las armas en el telón de fondo de la política colombiana, nuestra lucha por la democracia se tornará potente, y más fructífera.

Ganará el debate público y la izquierda descartará indefensables prácticas

En la Colombia de la confrontación armada, la crítica y el cuestionamiento a los más visibles actores políticos -por más objetividad y rigor analítico con que se plantearan- ha sido un ejercicio peligroso. Cruentas represalias, provenientes del paramilitarismo o de la insurgencia guerrillera, fueron no pocasveces la inapelable respuesta. Ni la sátira genial de un humorista como Jaime Garzón fue eximida de la mortal sentencia de la extrema derecha. Pero liberado el país de semejante escenario, el debate público podría librarse en un contexto mucho más propicio; no sólo para que pueda darse sino para que, libre de temores y cortapisas, la expresión de partidos y ciudadanos fluya sin tapujos y pueda llegar al fondo de los asuntos. También la izquierda se beneficiaría grandemente de este nuevo clima. Podría ventilar sus diferencias, su táctica, sin el viejo y aún vigente riesgo para sus voceros, de convertirse por ello en víctimas del execrable método de la eliminación física del adversario ideológico y político, infortunadamente convertido en usanza por los alzados en armas, tanto frente a otras organizaciones como dentro de sus propias filas.

El PTC, que desde su nacimiento ha descartado el uso de las armas en las condiciones reinantes en Colombia, ha padecido, como varias otras colectividades y sectores, atentados y asesinatos de numerosos militantes suyos, valiosos cuadros -mujeres y hombres-,a manos no sólo de paramilitares sino de grupos de alzados en armas y específicamente de las Farc.Y todo, en este último caso, por el simple hecho de plantear que la línea insurreccional armada no corresponde a la situación del país y que los secuestros, la extorsión y los actos terroristas, como las acciones contra la población civil, no son compatibles con los métodos ni con los fines de la revolución. Concluidos los acuerdos de La Habana, celebramos que abran la puerta a una etapa distinta, en la cual la izquierda deseche la sórdida tradición de zanjar las diferencias con descargas de fusilería y la reemplace por el método de resolverlas mediante conclusiones fundamentadas en la experiencia y en la ciencia.

La lucha armada no era la vía

En ese sentido, tanto la iniciativa del gobierno Santos de comenzar y llevar a su fin las negociaciones de La Habana, como la decisión de las Farc de dejar la lucha armada para reincorporarse a la vida civil y hacer política en el marco institucional vigente, deben reconocerse como una gran contribución para librar al país del mayor obstáculo a su proceso de democratización y desarrollo. La misma decisión de la agrupación guerrillera también permite extraer con el rotundo peso de las cinco décadas y más de conflicto a cuestas, la conclusión de que no era posible llegar al poder en Colombia por la vía armada, porque nunca cuajaron las condiciones para que el pueblo apoyara ese camino de confrontación y lo hiciera suyo. Dentro de ese estado de cosas, el balance militar de fuerzas no pudo trocarse en favorable para los insurgentes que, de un período transitorio de ascenso pasaron a recibir repetidos y sustanciales reveses y hubieron de replegarse, retornar a la defensiva estratégica y sopesar la opción de negociar. La inminencia del asalto al poder del Estado se tornó distante, indefinida y muy incierta. En tal contexto, los mandos de las Farc hicieron lo mejor que podían, para ellos y para el país: adelantar, con buen suceso, una negociación que les posibilitara positivas condiciones para su reincorporación a la vida civil.

El PTC, durante un lapso casi tan largo como el de la duración del conflicto armado Farc- Estado, sostuvo que concluido el tramo de guerra civil de la Violencia liberal-conservadora no habían vuelto a reunirse las condiciones imprescindibles que hiciesen brotar entre el pueblo ese incandescente estado de ánimo preciso para abrazar como propia la insurrección armada y convertirla en una genuina sublevación popular. Lejos de la absurda negación de la existencia de la guerra, vociferada por el uribismo, precisó que la variedad de guerra irregular que asoló al país, enfrentaba, de un lado, a agrupaciones armadas insurrectas contra el Estado, y de otro, al poder establecido y a organizaciones paramilitares con el concurso de segmentos del engranaje estatal contra las guerrillas. Y que, mientras la ferocidad de la contienda, la barbarie y la degradación que desató impusieron inenarrables sufrimientos a la población, especialmente en las zonas rurales, el pueblo nunca fue protagonista o sujeto activo de la misma sino su víctima.

La vinculación al movimiento obrero, la necesidad de persistir en la lucha política, y la firme actitud de negarse a secundar insurrecciones desligadas del sentir general, han sido los rasgos más destacados y permanentes de la táctica general del PTC. Se deben a su fundador e inspirador, Francisco Mosquera. La elocuencia de los hechos, patenteen el desenlace del proceso de la nación de los últimos cincuenta y tantos años, ya le dieron la razón. A su hora, llegarán los verdaderos balances históricos del turbulento período y la valoración y el reconocimiento a sus tesis y a su línea. Entretanto, perseveramos en su espíritu de clase y enseñanzas.

Fuerzas democráticas, con opción de gobierno

Otra gran ventaja que sobrevendrá como consecuencia del cese de la violencia,reside en que las posibilidades de que la lucha política democrática y progresista influya a más amplios sectores, no se verán más disminuidas por el falaz anatema que, bajo la orientación del uribismo, fue adoptado por parte considerable de las capas medias del país, lanzándolo contra todos los líderes de izquierda al señalarnos sin fundamento como promotores de violencia, terroristas, secuestradores y extorsionistas. Suprimidos estos flagelos de la lucha política colombiana, tendrá que disiparse el terrible inri al desaparecer las premisas, reales y ficticias, que lo han alimentado. Entonces, la influencia de las fuerzas democráticas se ensanchará, y con ello sus opciones de constituirse en gobierno.

20 de septiembre de 2016

 

[1] “Además de las más de 220.000 víctimas que han perdido la vida en esta guerra; de los más de cinco millones setecientos mil desplazados y desplazadas que se ven obligados a abandonar sus proyectos de vida y sus hogares [otros registros superan los 7 millones desplazados] ; de las más de mil setecientas mujeres que han sufrido vejámenes, humillaciones y violencia sexual; de los más de seiscientos hombres que también han sido ultrajados sexualmente; de los niños y las niñas que se han visto obligados a presenciar infamias o han sido obligados a integrarse a uno de los grupos en armas; de los pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes que han perdido sus territorios ancestrales y han visto sus formas de convivencia arrasadas; de las familias enteras que viven en suspenso alrededor de alguna noticia de los más de veinticinco mil desaparecidos forzosamente[registros diferentes estiman los desaparecidos en 50.000]; de los parientes de alguno de los más de veintisiete mil secuestrados que esperan noticias inciertas de sobrevivencia de sus seres queridos; de las más de diez mil personas que han muerto o han quedado discapacitadas por pisar una mina140; además de ellos y ellas que han sufrido en carne propia los horrores de la guerra, todos los colombianos y las colombianas también hemos perdido en estos años de conflicto.” Cfr.: Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, Comisión Histórica del Conflicto y Sus Víctimas, febrero de 2015,  pág. 799.

[2] El costo del conflicto armado oscila anualmente alrededor de $30 billones; el presupuesto de Defensa (Ejército y Policía) representa el 3,4% del PIB. En 2016 el presupuesto de defensa aumentó 8,3% respecto al año anterior. Cfr.: “La guerra se lleva unos $30 billones”, ADN, 23 junio 2016, pág. 6. Y sobre el costo total de la guerra, entre 2008-2015:  “Con respecto a Colombia el estudio [cálculos del Global Peace Index, realizado por el Institute for Economics and Peace (IEP) para 2015] muestra que el gasto de contener la violencia en Colombia ha crecido 53% desde 2008 hasta alcanzar los US$139.481 millones en la última medición, equivalente al 30% del Producto Interno Bruto. Además es el séptimo país que más impacto económico ha tenido la violencia dentro de su territorio.” Cfr.: “El costo de la violencia en Colombia llega al 30% del PIB”, www.elespectador.com, 8 de junio de 2016. Otros cálculos, realizados por Juliana Castellanos, ascienden a $220 billones en los últimos 10 años, en sueldos, logística, intendencia y armamento. Cfr.”Últimos 10 años de guerra han costado 220 billones de pesos en defensa”, www.eltiempo.com, 17 de nov. 2013.

[3] “Acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, 24 de agosto, La Habana, pág. 13.

[4] “Acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, Ídem, pág. 18.

[5] El DIH se encuentra esencialmente contenido en los cuatro Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949, suscritos  por la casi totalidad de Estados. Estos Convenios se completaron con otros dos tratados: los Protocolos adicionales de 1977 relativos a la protección de las víctimas de los conflictos armados. Hay así mismo otros textos que prohíben el uso de ciertas armas y tácticas militares o que protegen a ciertas categorías de personas o de bienes. Son principalmente:

La Convención de la Haya de 1954 para la protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado y sus dos Protocolos.

La Convención de 1975 sobre Armas Bacteriológicas.

La Convención de 1980 sobre Ciertas Armas Convencionales y sus cinco Protocolos.

La Convención de 1993 sobre Armas Químicas.

El Tratado de Ottawa de 1997 sobre las Minas Antipersona.

El Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados.

[6] “CPI  destaca que en paz con Farc no haya amnistía en crímenes de guerra”,  www.eltiempo.com, 1º de septiembre de 2016.

[7] “CPI  dice que acuerdo con Farc es un ‘logro histórico’ para Colombia, www.eltiempo.com, 1º de septiembre de 2016.

[8] “Colombia ganaría una década  de crecimiento económico sin alzados en armas. Esta es una de las conclusiones que plantea el libro Costos Económicos y Sociales del Conflicto en Colombia de la Facultad  de Economía de la Universidad de los Andes,…(…)..Uno de los hallazgos más relevantes indica que para las economías departamentales, el PIB departamental  con conflicto armado se duplicaría en 8,5 años, lo que indica que Colombia ganaría una década de crecimiento económico sin alzados en armas.” Cfr. “¿Qué le pasa a la economía de un país en conflicto?”, www.dinero.com, 14 de octubre de 2014.